Uno de los cineastas que más han dejado en el cine una impronta poética fue Truffaut, un director que impregnó en las imágenes de sus películas un declarado amor a la vida. En La chambre verte (La habitación verde) (1978), el cineasta francés rinde un homenaje a un gran director que acababa de fallecer, Roberto Rossellini, cuya luz queda impregnada en la mirada de Truffaut, esa forma de contemplar a los personajes, de quererlos, de entenderlos. 

La acción transcurre en los años veinte del siglo pasado en una pequeña ciudad del Este de Francia, todavía queda la huella de una Primera Guerra Mundial donde parecen volver miles de muertos que sufrieron y fueron derrotados en la contienda. Julien Davenne es un viudo de cuarenta años que escribe necrológicas en una revista de provincias llamada El Globo. Comparte su casa con su sirvienta y un niño sordomudo que quedó huérfano en la guerra. Al niño le proyecta imágenes sórdidas de la guerra a través de las placas de una linterna mágica. Podemos recordar viendo la relación entre Julien y el niño la que sustentaba El pequeño salvaje, otra película de Truffaut, de afán pedagógico, que se centra en las enseñanzas de Rousseau.
Julien conoce a una joven en una subasta. Cécilia Mandel (interpretada por Nathalie Baye), que ejerce de secretaria en la sala de subastas y que comparte la afición por los muertos de Julien. Este guarda en una habitación verde de su casa muchos objetos en homenaje a su mujer muerta. Hay un contratiempo, un accidente, donde la habitación queda destrozada y Julien se ve obligado a elegir una cripta del cementerio donde honrar la memoria de su esposa.
La relación entre Cecilia y Julien es de un amor no cumplido, porque el mundo de los muertos se interpone entre ellos, ya que Cecilia honra a un muerto que Julien desprecia, un viejo amigo que le traicionó, Paul Massigny. En este ámbito de respeto a los muertos va creciendo la película a través de los diálogos, la contemplación de objetos, la visión de la noche, el peso de los espacios cerrados que parecen inertes porque el tiempo ya no existe en ellos. Al final de la cinta, Julien morirá y en una escena memorable, vemos a Cecilia consagrando una vela en su recuerdo. La joven ya no solo honrara al enemigo de Julien, sino también a él, sucumbido por la muerte que ha llamado tantas veces. Como si los personajes ya no fueran reales, podemos ver a seres que se hallan a medio camino entre la vida y la muerte, porque el poder que esta ejerce para ellos es más poderoso que la propia vida.
La base de esta película tan claustrofóbica se halla en los relatos de Henry James (The beast of the jungle, The Friends of the Friends y sobre todo The altar of the dead). La transposición de los relatos en imágenes es muy brillante y asistimos a una bella película, muy romántica, donde respira ese mundo del siglo XIX, como podemos recordar en muchos de los poetas románticos como en los poemas de Espronceda o en el posromanticismo de Bécquer. También sobrevuela el mundo de Edgar Allan Poe y su universo de espíritus y de seres más cercanos a la muerte que a la vida.

En la obra de Henry James los personajes vuelven de las brumas, como podemos recordar en Otra vuelta de tuerca, son seres fantasmagóricos que vuelven a cumplir el rito de la venganza. No hay que olvidar que la famosa película Suspense de Jack Clayton está basada en esa novela. El deseo de Julien Devanne (interpretado por el mismo Truffaut con ese mismo aire poético que siempre dotó a sus papeles) es restituir esos seres a la vida, darles un espacio y hacer posible así una comunicación que la vida ha negado al interrumpir la muerte lo que vivía entre esos seres, como, por ejemplo, el amor por su mujer.
Esta negación de lo inevitable anida en la película, no deja de ser un deseo romántico de permanencia que podemos ver, por ejemplo, al principio de la película, cuando Julien asiste al entierro de la mujer de un amigo y este, cuando el féretro de la mujer va a ser deglutido por la tierra, se abalanza sobre él, negando el futuro de la que fue su gran amor. Un sacerdote interviene y habla de la voluntad de Dios, Julien interviene para recriminar tan falsas palabras, porque no hay otra vida que esta para él.
Por ello, Julien construye ese santuario en la habitación verde, que luego será devorada por las llamas en un fatal accidente. El fuego es clara metáfora de lo que es al final nuestra vida, nada en realidad, sometidos a la fuerza de la muerte todos acabaremos desapareciendo, quemados o enterrados, pero no siendo nada en realidad.
Si en Fahrenheit 451 Truffaut rendía homenaje a la propia biblioteca personal, en esta película aparecen fotografías de Jean Cocteau o Maurice Jaubert. El guiño de Truffaut a seres importantes de su vida, que han sido maestros, está presente en la película, es una forma de inmortalizarlos a través de su mirada en las fotografías, como si la vida se instala dentro de la muerte, los seres que respiran en la estancia vuelven de nuevo a lo que fueron, al peso que tuvieron en su existencia. No hay que olvidar una foto de Henry James, doblemente homenajeado, porque utiliza sus cuentos como base para la película pero también su rostro para revivirlo en esa habitación verde. Incluso aparece Oskar Werner, actor que había trabajado con el cineasta francés en Jules et Jim y en la citada Fahrenheit como el bombero que debe quemar los libros para que nadie tenga recuerdos del mundo de la cultura, en una sociedad aséptica y automatizada. Dice Julien a Cecilia que se trata de un soldado alemán que murió en la Primera Guerra Mundial. El físico de Werner, rubio y de ojos azules, encaja en esa mentira que une la ficción y la realidad con maestría.
La escenografía de la película es majestuosa, también la música de Maurice Jaubert, que está presente en esa capilla del recuerdo. Esta película fue un fracaso, porque no se entendió el mundo poético de Truffaut, tan ensimismado en la belleza y en el paso del tiempo, también, como colofón, en ese universo de recuerdos que representa la película, donde los muertos no lo están del todo y los vivos a veces, por incomprensión y falta de sensibilidad sí lo están. La belleza incuestionable de las imágenes hace de esta una gran película de un poeta del cine que, lamentablemente, pasó al otro lado demasiado pronto.

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